Notebook

"The nourishing fruit of the historically understood contains time as a precious but tasteless seed." (Walter Benjamin)

Jan 20, 2005

 
Soto


Simón Alberto Consalvi


El Nacional
20 de Enero de 2005



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“Desde muy niño yo era el pintor de la familia. Mi madre recuerda que yo era algo así como una catástrofe para la casa desde el momento en que me apoderaba de un lápiz. Paredes, mesas, libros, todo quedaba marcado. Ni yo le daba tregua a ella, ni ella a mí, hasta que alguien le dijo que me dejara tranquilo: ‘... A lo mejor el muchacho va a ser pintor’ . Y un día recibí el regalo que mayor impresión me ha causado en mi juventud: una caja de lápices de colores.

Todavía guardo ese recuerdo como algo especial asociado al tiempo de mi infancia en Ciudad Bolívar, y hablo de la Ciudad Bolívar del 26, 27, cuando no se podía imaginar la adquisición de unos lápices de colores.

Si se encontraban en las tiendas de la ciudad, era a precios elevadísimos.

Fueron los hijos de una familia rica, que mi abuela cuidaba durante el día, quienes me hicieron el regalo.

Posiblemente ella les había mostrado dibujos míos”.

Así comienza la autobiografía de Jesús Soto que ahora releo con deleite, redescubriendo al amigo y rememorando etapas y momentos de tiempos propicios, de grandes tiempos que fueron grandes justamente por la aparición de Jesús Soto en el mundo del arte. “Soto habla de Soto” es el título de este largo texto, grabado y transcrito directamente por Luis Navarro, publicado en el Suplemento Nº. 3 de la revista Imagen, editada por el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, 15-30 de junio de 1967. Creo que hay pocas confidencias tan personales y tan íntimas como esta del gran venezolano.

Allí refiere Soto sus inicios, sus años de adolescencia, cuando aprende el oficio de pintor de letras, alrededor de los 17 años, por 1940.

“Lo aprendí solo, por supuesto, porque allí en Ciudad Bolívar no había profesores ni escuelas de arte ni cosa por el estilo”. Su primer trabajo fue pintar carteles de cine, que él enriquecía retratando también a los artistas; llegó a pintar 50 por día, tal era el frenesí.

Con una beca de 90 bolívares (recomendación del obispo a pesar de que le mostró algunos dibujos, desnudos no muy religiosos), se vino a Caracas. Vale la pena releer las primeras impresiones que tiene al llegar a la ciudad. “La decepción fue mi primer estado de ánimo al llegar a Caracas”. Pronto, sin embargo, descubre la obra de Cezanne y al ver una naturaleza muerta de Braque en un caballete de la Escuela de Artes Plásticas, “sentí el mismo interés que cuando me hablaron sobre poesía surrealista...” Trató de despejar dudas consultando con su paisano Alejandro Otero, “uno de los alumnos más brillantes”. Soto pasó cinco años en la escuela y luego se fue a Maracaibo, como director y profesor de la Escuela de Bellas Artes. Maracaibo fue, sin duda, una de las mejores experiencias del pintor.

Poseído, como dice, por una sed de saber y de comprender, en el Zulia se familiarizó con el Cubismo, “un ejercicio de construcción, de ordenamiento de planos”.

A los 27 años, en 1950, Soto viajó a París y descontados los gastos de viaje, apenas tenía 50 bolívares en el bolsillo, pero llevaba con él el arma que le permitió sobrevivir en la gran ciudad: la guitarra. Durante 12 años, Soto toca guitarra y canta en sitios nocturnos, en los grandes cabarets, y se hace popular más allá del circulo de amigos. En “Soto habla de Soto” encontramos innumerables claves de su arte. Todo cuanto refiere sobre su tiempo en París, sobre lo que piensa sobre el cinetismo y cómo llegó al cinetismo, los pintores abstractos, El cuadro blanco sobre fondo blanco de Malevich, o La Horizontal vertical de Mondrian, de cómo sus búsquedas pasan por la etapa cubista de Picasso y llegan hasta el Guernica. Hay un momento en Soto que él resalta: su encuentro con la Máquina óptica de Marcel Duchamp en 1955. Ya para ese momento ha avanzado en su propia obra, y poco después expone en el Museo de Arte de Bruselas, y a partir de entonces su obra se irá haciendo famosa en el mundo hasta llenar la última mitad del siglo.

Fui amigo de Soto: lo acompañé en momentos estelares de su vida como la fundación del Museo Soto en Ciudad Bolívar, con el espléndido diseño de Carlos Raúl Villanueva, o su espectacular exposición en el Guggenheim de Nueva York, en los 70. Admiré su obra. Ahora repaso su vida en esta maravillosa autobiografía de Imagen.


(Simón Alberto Consalvi, El Nacional, 20 Enero 2005)

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